El debate está abierto y se viene arrastrando desde hace siete años. Modernizar el servicio de justicia es por cierto un imperativo no sólo para los prestadores de tal servicio sino para la sociedad toda.
Por otra parte el ambiente educativo es motivo de observación y análisis constante por parte de los productos de Mega, a tono con las mismas preocupaciones de la sociedad en torno de este tema clave.
En tal sentido fue interesante dialogar con el profesor Néstor Barallobres, directivo de la Asociación de Entidades de Educación Privada, durante una de nuestras programaciones.
El docente llamó al sistema educativo a poner el oído en los cambios que experimentaron las sociedades en los últimos veinte años, atendiendo a los nuevos paradigmas que se imponen. Este mundo cambiante, desde donde provienen los alumnos y estudiantes (y también, por supuesto, los profesores) impacta fuertemente sobre la institución educativa, y es bueno que ésta se flexibilice para absorber creadoramente tales transformaciones.
Si la institución, en cambio, se mantiene rígida y con estructuras anquilosadas, será difícil que la articulación entre educación y sociedad pueda desarrollarse con mutuo provecho para ambas.
En tal sentido resulta relevante el paso del concepto de disciplina al de convivencia escolar. Aquel hace a una antigua modalidad de imposición de formas de conducta, que en sus expresiones máximas hacían equivaler la escuela a un sistema cuartelero.
En cambio la “convivencia escolar” invita a que cada actor del proceso educativo asuma sus conductas correspondientes con responsabilidad, en una construcción más democrática del hecho educativo.
Esa construcción es en sí misma una forma de educación, que va preparando ciudadanos para la vida en sociedad.
Naturalmente que el profesor Barallobres advirtió que no todas las escuelas son iguales, y así como determinados establecimientos permiten ensayar experiencias avanzadas positivamente, otros no salen aún de los métodos disciplinarios tradicionales porque incluso no sería conveniente aún hacerlo.
Lo que sí es prácticamente común a todas las realidades es la generación de grupos humanos cada vez más expuestos a las nuevas tecnologías y a los medos masivos de comunicación, con sus cargas positivas pero también negativas. Es obvio que el sistema educativo no podrá darle la espalda a semejante fenómeno y algo deberá hacer para encararlo y extraer lo mejor que se pueda de su impacto inevitable.
¿Qué rol juegan los padres en esta nueva historia que se pretende escribir? Se trata de “otro mar de complejidades”, apuntó el docente consultado. Porque así como antes la escuela reproducía el sistema disciplinario que en cierta manera se vivía en el hogar, hoy los paradigmas de la relación padres-hijos cambiaron dramáticamente y a la escuela le cuesta encontrar un modelo que contenga a niños y adolescentes a su vez no muy bien contendidos en sus familias.
El profesor Barallobres alertó finalmente contra la tentación de demonizar a los instrumentos tecnológicos como la televisión o los sistemas comunicacionales de última generación (internet, celulares, etcétera). “Se trata de herramientas, que pueden ser bien o mal utilizadas. Depende de nosotros”. Y de la mirada crítica de la escuela, podríamos agregar.
Esta fue una temática abordada con el doctor Fernando Abelenda, que nos visitó en los estudios de Radio Corrientes para nuestro programa “La Revista AM”, a propósito del impacto de las redes sociales como facebook o twitter. Estos sistemas de comunicación ¿bloquean o facilitan el contacto humano? También la respuesta es: las dos cosas. Depende de nosotros.
Hablando de métodos educativos y disciplinarios, un contacto con el diputado provincial Jorge “Pili” Quintana nos permitió tomar conocimiento de su proyecto por “declarar de interés” un proyecto que se ventila en el Congreso Nacional tendiente a crear un Servicio Militar para jóvenes de 18 a 20 años que no se encuentran estudiando ni trabajando.
No se trataría de la “colimba” clásica, si bien habría cierto grado de preparación militar. Se busca evitar la dispersión de cierta juventud no formalmente ocupada en algo y que, por eso mismo, podría derivar en conductas antisociales (drogadicción, violencia, delitos, etcétera). Tales jóvenes recibirían disciplina, sentido de pertenencia, valores básicos de nacionalidad y, principalmente, capacitación en oficios varios que luego los pondrían en condiciones de tener una actividad laboral inicial una vez que egresen de los establecimientos militares.
De más está decir que la idea ha recibido aplausos como también condenas, manteniéndose fresca aún en la memoria colectiva la “cuestión militar” como un tema urticante, polémico y sensible en el país dada su reciente historia.
Editorial Nordeste